martes, 15 de junio de 2010

El juego de los niños viento.

- ... y así la niña arrancó sin saber que hacer,
sin saber a dónde ir... -


Existe en toda la historia del mundo, una niña,
una niña que no sentía,
que no reía,
que no lloraba,
que no sufría,
que no vivía.
La niña sonreía, porque tenía la sonrisa engrampada a la cara.
Al principio le dolió, pero luego se acostumbró al dolor, hasta que dejó de sentirlo.
Un día, la niña, conoció a un niño.
El niño que se proclamaba vivo, gritaba, saltaba y asustaba por la calle.
Ella lo miraba desde la ventana, ella, siempre dispuesta a saltar.
Ella, un día lo hizo, saltó, se quebró un corazón.
Su madre se pensó que se había intentado suicidar ,
por lo que la enrejó, esclava de sus sentimientos,
con la patetica sonrisa, miraba al niño vivido.
Niño que cada día se partía un corazón.
Jugaba tanto y tan fuerte,
que estaba cubierto de tiritas,
suelo que pisaba, suelo que tiriteaba.
Entre vivos juegos y pateticas sonrisas,
se encontraron,
el niño y la niña se vieron, se lloraron,
porque por más que el brazo estiraran,
estaban a años luz de sentirse cerca.
Fisicamente, era palmo y medio la distáncia,
en realidad, ni con la cuerda más larga del mundo habrían llegado.
Se miraron y volvieron a llorar,
él la gritó al viento,
y ella, al silencio de lo inquebrantable.
El día en que aquella calle empezó a inundarse de llanto y sufrimiento,
el niño pudo comprobar, que, como el nivel del mar,
él también empezó a subir, y a estar,
más cerca de la inédita niña.

Palabras a destino lejano.

Ay, mi bella poeta, cuanto tiempo sin verla,
me pregunto donde se había metido,
me pregunto donde estaba escondida esta vez.

Dejeme intentar...
¿bajo una piedra? ¿ no?
¿dentro de un arbol?
¿cómo? ¿le han amputado las manos?
¿ y ahora quién escribe por vos?

¿el silencio? Entiendo.

Ya no tiene nada que decir,
la dejaron sin manos para hablar.

Cuanto lo siento bella poeta,
pero no se ha de peocupar,
usted sabe que no es la que más sufre en el mundo.
No se me haga la víctima.
No, no me haga enojar.
Mire que usted no tiene con que hablar,
pero hay otros muchos que no tienen con que pensar.

Así que no me perturbe más,
deje los muñones en su sitio,
o me veré obligada a arrancarle esa cabezita tan linda que usted tiene.

No me mire así señorita,
la trato como se merece,
como me trataron a mi.

La acida lluvia.

En tiempos de tortura, no hay más que lluvia.
Lluvia de cielos ojos.

Ajenos, lejanos,
suenan las anarquicas voces de mis compañeros,
vencidos y por vencer.
Discuten con y sin experiencia sobre la esperanza, la revolución.

Permitame que le diga pequeño Dictador,
que usted no habla más que el idioma de los pedos.
Suena y apesta, ningún accionar es bienvenido.

Así que, mi queridisimo Dictador,
hoy le digo, quedese en su casa, que si sale,
va a mojar a los demás.

Fdo. :

La acida lluvia.